Amigo
y enemigo de mi vida,
me
quitas, y me ofreces lo que resta
en
la línea dorada de una apuesta
que
rechaza el dolor de cada herida.
Te
posas en mi piel, casi vencida,
y
me engañas con signos de una fiesta
cuando
miro al espejo, sin respuesta,
porque
mudo ha quedado en su guarida.
Este
juego insensato y divertido,
donde
las fichas blancas no se mueven
con
ráfagas de vientos,
no
me deja rendida en lo perdido
mientras
labios amantes me renueven
mis
puros sentimientos.
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