Sosteniendo
vivencias, con holgura,
atesora
el perfume más divino
madurado
con ágapes y vino
de
unas cepas colmadas de ternura.
Sus
miradas, con puntos de sutura,
descubren
el regalo vespertino
al
traspasar la línea del destino
y
citarse su amor con la aventura.
Ella
aprende del árbol centenario
el
empaque sereno, su murmullo
de
pájaros que emigran y regresan.
Con
la venia del tiempo un ideario
ha
cosido a los bordes del arrullo
porque
lunas y soles no le pesan.